Por Ernesto Jiménez.
La economía moderna está regida a nivel global por el sistema conocido como economía de mercado, el cual, en términos básicos necesita los siguientes requisitos para funcionar: derechos de propiedad individuales, decisiones descentralizadas, coordinación de factores económicos en lo relativo a mercados y precios, y la creación, comercialización y expansión del capital a través de diversos mecanismos que determinan las leyes que de manera autónoma impone el mercado.
A partir del entendimiento de estas características identitarias de la este sistema económico es más fácil comprender la evolución que consideramos ineludible ante los profundos y dinámicos cambios que viven las sociedades mundiales. Incluso, es preciso destacar, que dichos
cambios no están condicionados a un solo factor en particular, sino que son producto de infinitas micro transformaciones de las realidades productivas en todas partes del mundo. Sin embargo, el impacto dramático del embate del coronavirus representa un elemento disruptor que ha impulsado algunas tendencias del mercado y ha lastrado otras.
También es necesario destacar que otro elemento fundamental en cuanto a las transformaciones más evidentes en la dinámica del mercado es la preponderancia del factor político en la evolución económica. Esto así porque la interacción entre los mercados conlleva, a su vez, elementos de poder que no se deben obviar si se pretende entender dicha dinámica. Por esta razón, debemos repasar brevemente la historia.
A finales de la segunda guerra mundial emergieron victoriosos dos grandes bloques mundiales. El bloque capitalista liderado por los Estados
Unidos (EE. UU.) y el bloque socialista dirigido por la Unión Soviética. A partir de las diferencias entre esos dos ejes antagónicos se desarrolló la guerra fría, en
donde, los países se agruparon alrededor de dichos grandes bandos, tanto a nivel político como económico. Este esquema mundial
cambió con la caída del bloque sovietico al desmembrarse la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ante la inviabilidad económica del modelo comunista, que quedó prácticamente descartado como opción política para el mundo occidental.
Ese descalabro económico del socialismo mundial, si bien derribó la estructura política de la Unión Soviética, no afectó la gerarquía política de la segunda potencia socialista del planeta, la República Popular China, esto así, entre otras razones, porque a partir de 1979, 10 años antes de la caída del muro de Berlín, China había iniciado un proceso de apertura económica que, en apenas 40 años, la llevó a ser la 2da. economía más poderosa del mundo, solo detrás de los Estados Unidos de América (EE.UU.).
El auge de China ha supuesto una ineludible reconfiguración del orden global existente en el cual, no obstante la victoria de la economía de mercado como modelo de desarrollo indiscutido, su líder, los EE. UU., ha perdido su capacidad de hegemonizar el devenir de los mercados y, en cambio, tiene que convivir con un mundo multipolar, en donde las reglas que regentan las interacciones productivas a nivel global no son necesariamente impuestas por este gigante del norte.
En este sentido, el profesor Jiang Shixue, de la Academia China de Ciencias, estima que, dentro de esta transformación de los mercados en el nuevo orden global, iniciativas como la ruta de la seda marcan un rumbo económico divergente a las ambiciones globales de EE. UU., y que luego de la pandemia, podría representar un importante impulso a la recuperación económica de millones de personas en decenas de paises del mundo.
Es importante destacar que esta gigantesca iniciativa económica está basada en 5 pilares fundamentales, acorde a sus promotores.
- Coordinación de políticas públicas.
- Conectividad de infraestructuras.
- Facilitación y apoyo estratégico al comercio.
- Ayuda financiera entre los países miembros.
- Incentivo al intercambio cultural y comercial entre los pueblos.
Estos nuevos bloques, como el de la ruta de la seda, más allá de fortalecer lazos regionales, podrían a su vez, estimular una disrupción del comercio internacional en donde se penalice la pertenencia a un bloque distinto al impulsado por cualquier potencia global, esto también podría coadyuvar al incremento del proteccionismo, no a nivel nacional como en el pasado, sino a nivel regional.
El libre comercio, paradójicamente, es una bandera que a nivel ideológico va pasando, de occidente a oriente. Por eso no debe sorprender que el Presidente electo de los EE. UU., Joe Biden, haya erigido un discurso proteccionista como medio de apelar al trabajador industrial estadounidense. Este tipo de posturas está generando una creciente preocupación en académicos y economistas a nivel mundial.
Es evidente que los cambios políticos explican una parte importante de las transformaciones en curso, pero otros elementos, que se han visto
impulsados por el embate del coronavirus también serán factores decisivos al momento de analizar estos fenómenos, entre los cuales, se destaca fulgurantemente el empuje de las tecnologías de la información.
Basta destacar el ascenso de plataformas de comunicación a distancia, como es el caso de ZOOM, que junto a otras empresas de este tipo, ha visto aumentar su valor de mercado en más de un 400 % a raíz del coronavirus, y están marcando la pauta del teletrabajo y la coordinación de labores de oficina a distancia. También es destacable el caso de gigantes de la tecnología, como Amazon, que han motorizado la progresiva automatización de las cadenas de suministro, han cambiado la matriz de sus costos laborales y están transformado el tejido productivo de condados, ciudades y países donde operan con mayor impacto.
Otro elemento que impulsa la transformación de los mercados es la lucha por la tecnología del 5G, lo cual, aunque tiene un importante componente político, es primordialmente un tema de hegemonía tecnológica que tendrá ineludibles repercusiones en el futuro cercano.
La recolocación de industrias y el cambio geográfico en la cadena de suministros también va de la mano de los cambios políticos. La guerra comercial de EE. UU. y China ha cambiado las reglas de juego en la ubicación de importantes enclaves manufactureros. Esto abre novedosas oportunidades para mercados emergentes que, al poseer bajos costos de mano de obra, pudieran ser atractivos para grandes industrias tecnológicas, textiles, electrónicas y automovilísticas.
El futuro de los mercados es, sin lugar a dudas incierto y lleno de potenciales riesgos, en especial, para naciones pequeñas que no son determinantes en el concierto de naciones del mundo, pero también, es un futuro que guarda fascinantes oportunidades para aquellos países que sepan aprovechar la inevitable reacomodación de los mercados internacionales.