Por Ernesto Jiménez
A raíz de la llegada del Covid-19 a la República Dominicana, el gobierno, siguiendo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerró la economía en pleno, detuvo todas las actividades productivas no esenciales y conminó a confinarse en sus hogares a prácticamente todos los ciudadanos.
El parón productivo fue necesario para evitar la masiva y veloz propagación del virus, pero en cambio lesionó gravemente el desempeño de la economía global. En esa dinámica, los sectores productivos que, aunque importantes, resultan menos urgentes para el sostenimiento de la vida humana, sencillamente colapsaron. Y dentro de estos sectores terriblemente lastimados, el turismo es el más destacado.
La industria turística, luego de las medidas de confinamiento y el cierre de las fronteras nacionales alrededor del mundo, se volvió poco menos que inviable. Este sector económico que, a finales del 2019, representaba el 10.4 % del Producto Interno Bruto (PIB) mundial, tuvo que cerrar todo tipo de operaciones ante el embate del coronavirus, lo que, evidentemente, se unió a la pléyade de calamidades productivas que arrojaron al desempleo a millones de personas y a la quiebra a decenas de miles de empresas.
En países líderes en materia turística, como es el caso de la República Dominicana, el impacto adverso del cierre de este sector tuvo efectos aún mayores, debido a que la industria turística motoriza, a través de las cadenas de valor, el desempeño de otros sectores en la economía. En el caso dominicano, aunque el turismo, de manera directa representa el 8.3 % del PIB y emplea cerca de 350 mil ciudadanos, su influencia indirecta supera el 20 % de la producción total de la economía. Por tanto, es fácil imaginar la urgencia que esta nación tiene por reactivar una industria que influye, directa e indirectamente, en una quinta parte de su economía.
Es esa urgencia lo que ha llevado al gobierno dominicano a elaborar un plan estratégico nacional para recuperar el dinamismo extraordinario que ha colocado a este país caribeño como el 4to destino turístico más visitado en América Latina, sólo detrás de gigantes como México, Argentina y Brasil.
Dicho plan conlleva una inversión pública de 28 millones de dólares por parte del gobierno dominicano, el cual, también destinará más de 7 millones de dólares a programas para garantizar rutas aéreas a través de acuerdos con diversas aerolíneas. Adicionalmente, los turistas que lleguen al país no necesitarán presentar un comprobante de prueba del Covid-19 de resultado negativo, y además, quienes entren al país antes del 31 de diciembre del 2020 dispondrán de un plan de asistencia al viajero entregado en el momento del check-in en el hotel, el cual brindará cobertura ante un eventual contagio de Covid-19.
Este paquete de medidas busca reactivar una industria que es simplemente vital para la economía dominicana. Sin embargo, sus resultados no dependen únicamente de la labor realizada por el Estado y las empresas privadas, sino que, están intrínsecamente supeditados a la evolución global del coronavirus y a la recuperación de la economía mundial.
En este sentido, es fundamental entender que en una industria globalizada como el turismo no existen soluciones aisladas, como tampoco existen en casi ninguna esfera del accionar humano; pero partiendo del turismo, la lección más valiosa que se puede obtener de esta tragedia económica y sanitaria es que, vivimos juntos en este viaje por la existencia y, nuestra próspera subsistencia como especie requiere del esfuerzo y la colaboración de todos los que habitamos esta gran casa común, llamada planeta Tierra.